En
Palestina hablar de sociedad supone
hablar de la vida religiosa y viceversa.
Si precisamos más debemos distinguir
entre dos grandes regiones. En Judea,
bastión del judaísmo tradicional, con
Jerusalén como ciudad santa sin
discusión y en la que se reúnen todas
las tradiciones religiosas del pueblo.
Galilea, por el contrario, siendo zona
de antiguas influencias paganas de los
vecinos del norte, a pesar de los
continuos intentos de judaización, deja
mucho que desear para los habitantes de
Jerusalén. Qué decir luego de las zonas
costeras y de la Decápolis, donde la
población judía era claramente
minoritaria y donde los elementos
griegos tenían la primacía en todo.
Hablar, por tanto, de la sociedad
palestina contemporánea de Cristo, nos
lleva a una sociedad compleja.
Dios es el
único dueño de la tierra, el creador del
hombre y el que gobierna los designios
del mundo. El modelo de fondo es el de
la sociedad teocrática. El clero
representa a Dios en la Tierra. Su
influencia social es enorme. Por otra
parte, está fuertemente jerarquizado.

La
sociedad Clerical
-
El
Sumo Sacerdote. Era el
responsable de la Ley y del Templo.
Presidía oficialmente el Sanedrín.
Era el único que podía entrar en el
Santo de los Santos, un día al año,
en el Yon Kippur, para pedir perdón
por los pecados del pueblo. Gozaba
de una gran dignidad y de una
situación económica muy confortable.
Todo el comercio que se daba en la
explanada del Templo pertenecía a la
familia del Sumo Sacerdote. El cargo
de Sumo Sacerdote se había
degenerado, pasando de ser vitalicio
en sus orígenes a ser un cargo a
disposición de Roma.
-
Los
sacerdotes. En total eran unos
siete mil, divididos en 24 grupos
que servían por turno. Así pues,
cada sacerdote ejercía su ministerio
en el Templo cinco semanas por año.
A su vez, echaban a suerte el oficio
que les tocaba desempeñar cada vez.
Sus ingresos provenían de dos
conceptos: de la parte que se
llevaban de los sacrificios, del
diezmo y sobre todo de los oficios
que ejercían, carpinteros,
talladores de piedra, carniceros...
El sacerdocio era hereditario; se
transmitía a los hijos de una madre
verdaderamente judía y que fueran
física y mentalmente normales.
-
Los
levitas. El tercer lugar de la
pirámide clerical lo ocupan ellos.
Son descendientes de Leví. Hacen un
número de diez mil, también
divididos en 24 grupos, con cinco
semanas anuales de servicio. Sus
ingresos por el servicio, a
diferencia de los sacerdotes, es
nulo; no tienen derecho ni a la
parte que se retiraba de los
sacrificios ni al diezmo que en la
antigüedad se les había dado. Fuera
del servicio, ejercían, como los
sacerdotes, los más variados
oficios. En el Templo estaban
divididos en dos grupos: los levitas
cantores, cuya función era animar el
canto en las celebraciones, y los
levitas porteros, que limpiaban el
Templo, mantenían el acceso a los
distintos círculos de santidad y
aseguraban el orden en el santuario.
La
sociedad Civil
-
Los
senadores o ancianos. Forman la
aristocracia no religiosa de Israel;
muy reducida en número pero muy rica
gracias a sus grandes propiedades
y/o comercio. Estaban relacionados
con las familias de los Sumos
Sacerdotes, que controlaban el
comercio del Templo. Por otra parte
estaban ligados al poder romano que
se los había sabido atraer
confiándoles el cargo de consejeros.
En caso de oposición al poder su
vida corría peligro (Herodes el
Grande ordenó matar a 45 senadores
que habían tomado partido en contra
suya antes de su subida al trono).
Políticamente pertenecían bien
saduceos, bien a los herodianos.
-
Los
escribas o doctores de la Ley.
Mención aparte merecen los escribas.
No son muy numerosos pero con un
peso social de primer orden por ser
expertos conocedores de la Ley
mosaica y consejeros del pueblo. Por
conocer las Escrituras y por ser
expertos en cuestiones jurídicas son
indispensables en los tribunales y
en los diversos consejos, ya que sin
ellos es imposible desbrozar los
casos difíciles. No tenían un oficio
ni ejercían el comercio, como la
enseñanza de la Ley debía ser
gratuita, vivían de las ayudas que
recibían de sus administradores y
seguidores, de la hospitalidad
espontánea que les ofrecían, de las
invitaciones a tomar parte en los
banquetes celebrados en otras casas.
-
El
pueblo. Está formado por
pequeños propietarios de tierras y
artesanos. Algunos de los oficios
que ejercían los artesanos están mal
vistos, como el curtidor de pieles o
el pastor. Por debajo de estos
pequeños propietarios están los
jornaleros, son los 'am ha'arets
(pueblo de la tierra) despreciados
por todos porque no tienen nada y
son pecadores por ser incultos y no
poder observar los preceptos de la
Ley. Ganaban su sustento con el
trabajo, se les pagaba por días y el
abono era diario, trabajaban de sol
a sol por un denario y la comida.
-
Los
marginados. Este último grupo
estaría compuesto por los mendigos,
en el mayor de los casos formado por
enfermos de lepra, minusválidos
físicos y psíquicos, que se veían
obligados a separarse de la sociedad
y a pedir limosa. A este grupo
también pertenecían los esclavos no
judíos y los paganos, así como los
publicanos y prostitutas.
-
Los
esclavos. Venían a ser como
criados domésticos no libres. Los
judíos que se veían en la obligación
de ofrecerse como esclavos solo
podían serlo durante seis años y si
el dueño no era judío el esclavo
debía ser rescatado por sus
parientes. El servicio de esclavo no
era considerado deshonroso,
inclusive, el jornalero vivía mucho
más inseguro que el esclavo.
-
Publicanos. Eran agentes de
aduana o recaudadores de
impuestos. Los publicanos no
eran tenidos en gran estima
por
sus paisanos: formaban parte de la
estructura de recaudación de
impuestos y tributos para el invasor
imperial romano. Algunos autores
sostienen que recaudaban gravámenes
para el vasallo Herodes, aunque esto
parece improbable: publicanum /
publicani era una institución
impositiva romana muy anterior a la
dinastía herodiana. En el caso que
nos ocupa, el desprecio dedicado y
efusivo de Israel para con sus
publicanos era aún mayor: por un
lado, el contacto permanente con
extranjeros y paganos -tribunos y
oficiales romanos- los volvía
decididamente impuros. Por otro
lado, aseguraban sus subsistencia -y
en algunos casos una inmensa
fortuna- adicionando su comisión por
sobre los espantosos tributos que
exigían y que, como siempre,
coaccionaban especialmente a los más
pobres. Por ello estaban excluidos
de toda vida comunitaria, social y
religiosa y encasillados como
pecadores, es decir, en la misma
estatura moral de las prostitutas.
En esas cuestiones, nadie los
invitaría a cenar, nadie les dirigía
una palabra amistosa, mucho menos
los reconvendría a cambiar de
oficio.
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