Comencemos
haciendo una pequeña observación sobre
las costumbres judías en lo que a la
familia se refiere. Para los judíos, el
hijo varón primogénito tenía una
importancia de privilegio; él sucedía al
padre, tanto en herencia como en la
jefatura de la familia tal y como la
Torah lo dicta. En ella también está
ordenado que el primogénito sea redimido
para liberarlo de la obligación de
dedicar su vida al servicio de Dios.
La escena
de la Presentación en el Templo nos la
presenta Lucas (2:22) de la siguiente
manera: "Cuando se cumplieron los
días de la purificación de ellos,
según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús
a Jerusalén para presentarle al Señor".
Tal vez
Lucas, al no ser judío y desconocer en
parte la Ley de Moisés, comete un
pequeño error al describirnos que la
"purificación" es de ambos, pues
en esta escena lo que ocurren son dos
actos bien diferenciados. Por un lado la
purificación de María tras el parto con
sus correspondientes ofrendas y, por
otro, la presentación del pequeño y el
pago de su rescate al Templo, en
recuerdo a los primogénitos de Egipto
que había salvado Dios.
Según la
Ley de Moisés (Lev. 12:1-8) toda madre
judía de un varón tenía que presentarse
en el Templo cuarenta días después del
alumbramiento para su purificación legal
(en el caso de las niñas el tiempo casi
se doblaba); según Exodo 13:2 y Número
18:15-16, el primogénito tenía que ser
presentado en esa misma ocasión, pero en
ninguno de ellos menciona que el motivo
sea la purificación del recién nacido,
sino su presentación como ofrenda a
Dios.
Se
deduce, por tanto, que la costumbre era
la siguiente: Una vez cumplida la fecha,
la madre acudía en compañía de su esposo
a las puertas del Templo para llevar una
ofrenda que debía ser un cordero y una
tórtola o, en el caso de no tener
recursos suficientes, dos tórtolas o
pichones que se sacrificarían para que
ella volviera a ser "pura". La ofrenda
se hacía en la puerta de Nicanor, al
este del atrio de las mujeres. Para el
rescate del niño la costumbre era el
pago de cinco siclos al Templo, con
ellos el primogénito quedaba redimido.
Lo más
representado en los belenes y dioramas
son los hechos que tanto Lucas (2:25-38)
como los evangelios apócrifos nos narran
(Evangelio Arabe de la Infancia (VI:
1-2), Pseudo-Mateo (XV: 1-3) y Evangelio
Armenio de la Infancia (XII: 5) y que
ocurrieron antes o después de celebrar
los rituales, es decir, el encuentro de
Simeón (hombre piadoso y justo, en
ningún momento hace referencia a que sea
sacerdote) y la profetisa Ana a la
entrada o salida del Templo por José y
María con el pequeño en brazos.
Simeón
tomó al niño en brazos y lo bendijo: "Ahora
Señor ya puedes dejar irse en paz a tu
siervo, porque han visto mis ojos al
Salvador [...] al que viene a ser luz
para las gentes y gloria de tu pueblo
Israel".
Para los
cristianos es una fiesta de las más
antiguas. La fecha de su celebración,
inicialmente, no era el 2 sino el 14 de
febrero, es decir, 40 días después de la
Epifanía. En el siglo V empezaron a usar
candelas para subrayar el cántico de
Simeón "Luz para alumbrar a las
naciones" y dar mayor colorido a la
celebración. De aquí viene la "Fiesta de
las Candelas" o "Día de la Candelaria". |