Bajo
el mandato de Herodes el Grande los
impuestos eran exigidos inexorablemente.
El historiador judío Flavio Josefo nos
dice de él: "Como gastaba más de lo que
le permitían los recursos, tenía que
mostrarse duro con sus súbditos
imponiéndole pesados tributos". También
es verdad que se preocupó del
desarrollo, de la seguridad y de la
civilización de su pueblo, lo cual hacía
que se acrecentara la capacidad
económica del país. Para la seguridad
construyó fortalezas, puestos de control
y patrullas por todo el país y así
evitar los posibles ataques de los
pueblos vecinos y asaltantes de caminos.
El desarrollo económico mediante la
construcción de ciudades y puertos
(Cesárea), fomentando los oficios y el
comercio y la construcción del Templo de
Jerusalén que tenía él solo empleados a
una multitud de obreros (según Josefo
10000 obreros laicos y 1000 sacerdotes
adiestrados. Al terminar las obras se
calcula que se quedaron sin trabajo
18000 personas).
Durante el
gobierno de Roma, las cargas fiscales
permanecieron. Tácito nos cuenta que, en
el año 17 d. C. las provincias de Siria
y Judea pidieron una reducción de
impuestos, ya que estos resultaban muy
onerosos. Y no es que pagaran más que el
resto, es que eran las más pobres.
A todo
esto había que añadir, además, la
corrupción, que se extendía hasta los
más altos cargos, mediante regalos y
sobornos que había que dar desde los
soldados a las autoridades.
Se pagaban
impuestos, por tanto: al rey, a Roma y
al Templo, que también exigía los
propios.
Impuestos
gubernamentales a la tierra y otros
bienes, como los esclavos. El impuesto a
la tierra equivalía a una cuarta o
quinta parte de lo que ésta produjera.
Dichos impuestos los cobraban los
llamados "publicanos", que a su vez
solían contratar en los pueblos a
subalternos que conocían el lugar y a
sus habitantes.
Cada
recaudador tenía que entregar una cierta
suma o cuota a la tesorería imperial,
pero a su criterio quedaba cómo cobrarla
y cuánto más cobrar para embolsárselo.
Siendo
frecuentes la extorsión y el fraude, es comprensible, por lo tanto, que los
aldeanos desconfiaran de ellos y les
tuvieran temor; siendo constantemente
denunciados por ladrones y pecadores
(Ver
publicanos en el apartado de
sociedad).
Los
impuestos del Templo eran "donativos"
obligatorios calculados como una décima
parte (o diezmo) de las cosechas.
También tenían que "donar" los primeros
frutos (primicias) de las cosechas y el
ganado, esto último a fin de proveer
animales para los sacrificios rituales.
Además existía el segundo diezmo, el
cual no se entregaba, sino que era
consumido privadamente en Jerusalén.
También los adultos tenían que pagar
al Templo un impuesto anual de medio siclo. |